Sigo pensando que aún hay una mínima posibilidad, que una batalla perdida es aquella que se abandona. Que soñar es querer y querer es poder.

Cambiar de rumbo

Esta vez mi destino, mi suerte, al fin y al cabo, mis decisiones, me han llevado a las concéntricas calles de una gran pequeña ciudad. Buscando un destino acertado y con el reloj como aliado me he aventurado a adentrarme en un mundo del cual nunca he sido instruida. Cual niño en su primer día de colegio me he acercado a un cruce en el que dejaba aquella parte maternal por otra desconocida llevada simplemente por el impulso del deber. Y aunque esta vez las lágrimas quedaron en sus pertinentes lugares, el sentimiento de abandono me acompañó durante toda la travesía. Decidí ser adulta, mirar hacia adelante y proseguir con mi propio rumbo, vamos, "coger las riendas de mi vida". Frase tan típica de mis padres. Aunque, antes de proseguir, he de hacer una pequeña confesión, como ayuda, como buen pepito grillo, me acompañaba el saber que mi calle era paralela al camino predeterminado que cualquier GPS propondría. 

Heme pues ahí, siguiendo una ruta que me proporciona un momento de soledad, de pause en el que el play no está del todo asegurado. Heme sincerándome, mirando al sol y esperando una respuesta a las miles de preguntas que pujan por ser la elegida. Hace apenas un año, como diría una bella canción, 320 días, ni 19 días más ni 500 noches menos, en el que el periplo comenzó y aún, las cartas no estaban encima de la mesa. Como por aquella época, el tiempo fue comenzando a pasar, aquellos 30 minutos se convirtieron en apenas 20, aquellos meses se convirtieron en días. Y aunque las calles por las que pasaba me recordaban momentos pasados, se trataban de adoquines diferentes, de caras y, claro, sentimientos distintos. 

El primer cruce, la primera esperanza, la primera caida de la montaña rusa que ha supuesto mi viaje. Sonrío, aún tengo tiempo. La música sigue sonando y el día sigue siendo soleado. Veo a niños jugando e, incluso, me atrevo a "robarles la nariz" riendo y divirtiéndome. Pienso "si nunca hubiera escogido esta calle aquel detalle hubiera sido para otro". Y ese hecho me hace sonreir. Aunque la sonrisa tonta en mi cara pronto desaparece. Ante mí se halla un maldito agujero que, con cierta maldad poco disimulada, se burla de mí haciendo que casi encuentre mi cara a la altura del suelo. Irónicamente, dos momentos tan distintos ocurren en tan poco tiempo. Una de cal y otra de arena, o eso dicen.

 En fin, sigo y llego a otro cruce, el segundo. Y después llegan el tercero y el cuarto. Y paro de contar, deprime tirar los tíckets del bono. Y cuando ha pasado el tiempo establecido, paro. Miro a mi alrededor, sigo en buen camino, aún no me he perdido. Decisión: continuar. Y ahí, justo ahí, cometí mi error. Porque la calle que seguía no era en línea recta, tristemente para mí, se dirigía hacia la derecha, un sutil cambio que rompe el feliz paralelismo, un sutil cambio que lleva a querer convertir una amistad en algo más. El mismo cambio que lleva a un cruce incorrecto. Y el problema es que los árboles, los coches, el ruido y la polución que te impide respirar sigue siendo igual de desconocidos que aquellos pertenecientes al correcto. Sin embargo, solo cuando te has cansado de andar, cuando decides dejar tu orgullo a un lado y mirar el GPS de tu movil, te percatas de todo el conjunto de malos pasos que diste hasta esa calle. Sonríes, has acabado casi más lejos de aquel final que prácticamente la distancia que hay entre tu destino desde el inicio. La mala suerte, el karma, nada, tú y tu maldita manía de intentar ser el mejor, el más listo, el más rápido, al fin y al cabo, el más feliz. 

Pero puesto que esto no es una partida en la que puedes presionar el botón start y reiniciar, debes replantearte la situación. Dejar de pensar en tus pies hinchados, en el calor que tienes y centrarte en buscar una solución. Dos opciones, alejarte de aquello con que tantas ganas has luchado, aquello con lo que, incluso, has llegado a soñar, o mantener el rumbo, que a primeras luces, se configura como un error a cada paso, mayor. Lo siento, giré a la derecha, nunca me ha gustado perder y esto, es una causa perdida. Cobarde, puede ser. Pero al final de la calle había un metro que casualmente tenía aquella línea que me llevaba hacia mi destino final. Dos paradas más tardes salía al lugar determinado con una sonrisa. 

Para todo lo recorrido solo he perdido 10 minutos de mi vida, o por mejor decir, he ganado tiempo que, seguramente, perdería continuando hacia ti, hacia delante, obcecada, sin querer mirar a derecha o izquierda y percatarme de mi equivocación. Sin querer mirar que no eres la única opción. Sin querer mirar que seguir hacia delante me adentraba a una calle oscura que, aunque a primeras horas me salvaba del sol, minuto a minuto se volvía más triste. Sin querer mirar que no tengo porqué ir por el camino difícil. Sin querer mirar que los sentimientos se habían escondido en aquella estación de metro. 

Sin querer mirar que cambiar de rumbo, me hace feliz. 


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