Sigo pensando que aún hay una mínima posibilidad, que una batalla perdida es aquella que se abandona. Que soñar es querer y querer es poder.

Con la puerta en las narices

Has sorteado obstáculos, de tu camino has apartado a decenas de viajantes que, como tú, han salido corriendo del estrecho metro para llegar a tiempo a su siguiente destino. Pero a diferencia de ti, ellos tienen su lugar practicamente asegurado, tú tienes que apostar, tienes que matarte a correr para llegar a una meta que, lo más probable, nunca alcances. Sin embargo, lo intentas. Pones tu ilusión, tus ganas, tu vida. Te centras en aquella meta de un modo que roza la obsesión. Y no te importa. Sabes que el precio a pagar son tus sentimientos, que lo más fácil es que al llegar el conductor se gire hacia ti, te vea y decida que es el momento de arrancar el autobus. Pero no piensas en eso, solo se pasa por tu mente una frase "Quien no arriesga, no gana". De hecho, vas mirando el reloj, aquel maldito objeto que nos determina cada acción, cada pensamiento, cada objetivo. Y ves como las manecillas se detienen, parece que una magia poderosa se cernió sobre ellas y que, a pesar de todo, llegarás. Corres, más fuerte, aún más rápido. Sabes que la gente te observa, algunos con cara de resignación, otros con la mirada del que ya ha vivido la misma situación. Es una apuesta muy fuerte cuando lo que te juegas es más que simples objetos materiales. 

Miras hacia adelante, ese largo pasillo, aquel largo pasillo que te ha visto llorar y reir por la misma persona, por el mismo hecho. Y empiezas a recordar cada momento que te ha llevado allí, obviando, por supuesto, los malos momentos. Admitámoslo, las lágrimas solo sirven para ralentizarte. Y por fin llegas a la dársena número 5. Y te animas, lo has visto. Allí está. Sonries. Pero solo una fracción de segundo, el justo y necesario para percatarte de que el autobus da marcha atrás. Rezas porque te vea, porque el conductor se percate de que estás ahí. Pero, lo siento, los cuentos de hadas no existen. Lo único que vas a obtener al final es una fría puerta de cristal que te priva del interior, de los sentimientos, de lo que pudo ser y no fue.

 Y así y con todo, tus esperanzas permanecen donde están, otro autobus llegará, te dices, es cuestión de tiempo. Pero la realidad no es tan bonita, la realidad es que te encuentras solo, en un lugar donde ves a gente llegar y marchar, donde las despedidas y los reencuentros se dan a partes iguales. Un lugar que te presenta con falsa amabilidad miles de oportunidades y que malvadamente se rie porque el que tú querías, ese, se marchó. 

Y ahora me encuentro mirando a mi alrededor, en esta cada vez más vacía estación de autobuses. Y en lo único que puedo pensar es que, de nuevo, me han dado con la puerta en las narices.

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